domingo, 24 de diciembre de 2017

Mundo mágico

Creía que la felicidad
moraba en aquel minúsculo vaso de vidrio,
en los grados de aquella botella,
en la estridencia del bombo base
de canciones insulsas,
en el volumen que nos obligaba a gritar
para escucharnos,
en el olor a cigarro de los abrigos,
en el aroma de las flores exprimidas
en los laboratorios para tapar el sudor humano.
Creía que la felicidad
podían ser las voces rotas de los borrachos de la calle,
de los hombres grandes (aunque pequeños)
con sus cánticos graves y amenazantes,
hijos predilectos del patriarcado.
Pensé hace ya años,
que aquello sería la felicidad,
pero frente a la suma descontrolada
de situaciones sobrestimulantes
que colapsaban mi alma,
estaba la simpleza de la realidad próxima,
el presente en su pura expresión,
manifiesto en la luz tenue de las farolas colando sus rayos
en las mínimas gotas de la neblina,
manifiesto en el silencio de las carreteras,
en las basuras repletas de objetos remplazados por otros nuevos
a causa de las fechas navideñas,
manifiesto en el frío, en mi cara congelada,
en mi barba larga protegiendo mis mofletes,
manifiesto en tu sonrisa perenne,
en el cielo que nos mira con sus ojos negros,
manifiesto en cada célula viviente
que construye un trozo indivisible
de este mundo mágico.

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